Uno de los mitos relata que un día Changó se convirtió en niño y fue a enfrentarse al Rey diciéndole que abandonara el trono, que él era el verdadero rey.
El Rey llamó a todo el pueblo y preguntó quién era el padre de aquel niño que había ido a importunarlo, nadie lo conocía. Entonces ordenó a sus sirvientes que lo ahogaran en el río, estos se lo llevaron; pero cuando regresaron del río, el niño ya había reaparecido ante el trono. El Rey asombrado dijo:
- ¿Cómo es posible? Estos hombres lo ahogaron y ahora ha regresado. Quizás si hago que lo maten no regresará.
Pero cuando el niño lo oyó comenzó a saltar, a jugar y a hacer milagros; las mujeres lo persiguieron. Vio un gran orificio y saltó por este, saltó a un árbol alto, volvió a bajar, corrió al bosque y encontró un poderoso árbol, saltó y apareció colgado del árbol con una cuerda; estaba muerto.
Las mujeres regresaron y dijeron: «El niño se ha ahorcado.»
El rey ordenó que se hiciera un gran sacrificio. Compró una vaca, un cordero, un gallo, una gallina, aceite, babosas, mantequilla, una tortuga, un ganso salvaje, una gallina de guinea y una paloma. Ordenó a sus sirvientes que abrieran un hueco bajo el árbol donde el niño se había colgado. Les pidió que echaran todos los sacrificios en el hueco y que cortaran la cuerda. Entonces el cuerpo cayó del árbol y el niño recobró la vida. La gente no salía de su asombro.
El niño dijo: «Yo no me ahorqué.»
La gente fue a ver al Rey, este se sorprendió con las noticias y caminó hasta la selva a ver si era cierto. Cuando regresó al palacio el niño estaba sentado en su trono. El Rey ordenó que le devolviera su lugar, pero el niño se negó, diciendo que su nombre era Oba Koso y que ahora se había convertido en el sagrado vehículo del rey.
Existe el criterio en cuanto a la figura mítica de Changó de que en realidad hay una especie de superposición de divinidades, pues se sabe que hubo una deidad solar entre los yorubá llamada Jakuta (el que tira o pelea con piedras), guardián de la moralidad social, en realidad «demasiado bueno para soportar las injusticias». Cada vez que alguien obraba mal o contrariaba los deseos de Oloddumare, Jakuta lanzaba piedras de fuego. Changó, el hombre, asumió los atributos de Jakuta, la deidad original, quien era una manifestación de «la ira» de Oloddumare.
Actualmente entre los yorubá, los devotos de Changó lo adoran en el día sagrado de Jakuta. Y si se les pregunta la razón no pueden ofrecer una respuesta satisfactoria, tratan de evadir la pregunta diciendo que Changó y Jakuta son lo mismo.
El rayo habitualmente es saludado como kabiyesi (saludo a su majestad), que es como se saluda a los jefes supremos entre los yorubá. Esto se debe a que la gente cree que cuando truena, el antiguo alafin de Oyo, deificado, ha venido a visitarlos. Un mito relata que:
[...]Changó no estaba satisfecho con su poder, quería que la gente le temiera aún más. Mandó a buscar a los grandes hechiceros de Oyo y les dijo:
- «Prepárenme unos polvos más fuertes que los truenos.»
Los hechiceros se marcharon y regresaron con diferentes tipos de polvos, pero ninguno fue lo suficientemente poderoso.
- «¿Es esto cuanto pueden hacer?», preguntó Changó, al tiempo que los despedía.
Entonces mandó a buscar al oricha Echu y le dijo:
- «Estos hechiceros son unos inútiles. Su preparado es débil. Usted es un dios con grandes poderes. Yo quiero que usted me prepare unos polvos bien fuertes que hagan a la gente temblar de miedo.»
- «Pero ya ellos tiemblan de miedo cuando usted arroja los truenos», contestó Echu.
- «Ah, pero se han acostumbrado, incluso duermen mientras truena. Yo quiero algo que llene sus corazones de terror, algo que ellos puedan ver, algo espectacular. Yo sé que usted puede hacerlo.»
Echu pensó por un momento y dijo:
- «Está bien, te prepararé esos polvos que te convertirán en la persona más temible del mundo. Envía a tu esposa Oyá con un chivo. Yo tengo que hacer un sacrificio.»
Changó envió a Oyá con el chivo. Echu lo recibió y le dijo:
- «Regresa después de siete días.»
El octavo día ella volvió. Este le dijo:
- «Tengo los polvos listos; aquí están, llévaselos a tu marido.»
Oyá le dio las gracias y tomó el paquete. En su viaje de regreso a casa le asaltó la curiosidad:
- «¿Qué habrá ahí dentro?», se preguntó, mientras le daba vueltas para arriba y para abajo al paquete. Pasado un rato concluyó: «Lo voy a abrir un poquito nada más para echarle una ojeada.» Lo abrió y vio un polvo rojo. «¿Qué tipo de polvo es este?, ¿a qué sabrá?», se preguntó. Cogió una untadita con los dedos índice y pulgar y lo probó, no tenía sabor. «Me pregunto para qué Changó querrá este polvo sin sabor», dijo encogiéndose de hombros, a la vez que envolvió el resto. Cuando llegó a su casa le entregó a Changó el paquete.
Changó lo abrió y le preguntó:
- «¿Te dijo qué debía hacer yo con este polvo?»
Cuando Oyá abrió la boca para responder, le brotó como una de lengua de fuego.
- «Eso quiere decir que has probado mis polvos», dijo Changó muy bravo. «Tú no tenías derecho a probarlos.»
Levantó su mano para pegarle, pero la mujer huyó de la casa. Changó corrió tras ella. Oyá miró a su alrededor y vio algunas ovejas pastando en un campo. «Me esconderé entre ellas», se dijo y así lo hizo. Changó no la podía ver, pero sabía que ella estaba en algún lugar cercano, entre las ovejas. Arrojó truenos hacia allí con la esperanza de que Oyá fuera alcanzada por alguno y convencido de que debería estar muerta regresó a la casa. Pero Oyá no estaba muerta, ella se había escondido debajo de una de las ovejas y aunque la oveja murió, su cuerpo la protegió. La mujer tenía miedo de regresar, entonces se dirigió al pueblo de Oyo y les pidió que suplicaran por ella. La gente fue a donde estaba Changó y le pidieron que perdonara a Oyá. Él estuvo de acuerdo.
Esa noche Changó tomó el paquete de polvos preparados y escaló la cima de una meseta que no estaba lejos de la ciudad. Desde allí él podía ver su propia casa y las de sus esposas y sirvientes, todas congregadas en el área de su palacio. Colocó una dosis de polvo rojo en su lengua y sopló. Inmediatamente una gran llamarada brotó de su boca y cayó sobre la ciudad, se incendió su palacio y las casas aledañas. Inmensas llamaradas se dispersaron hacia el cielo que se puso rojo. La gente corrió en desbandada tratando de alejarse lo más posible de la ciudad en llamas. El incendio se propagó hasta que toda la ciudad se convirtió en cenizas. La ciudad fue reconstruida después. Por eso actualmente, la gente habla del Oyo viejo y del Oyo nuevo.
A través de la siguiente historia de Ifá del odu Ogbe Obara, se revela a Changó como una deidad justiciera. Ogbe Obara adivinó y preparó Ifá para Changó cuando este era muy pobre en el Cielo. El mismo Ogbe Obara también era muy pobre. Al terminar la ceremonia, lo invitó a su casa, pero sabiendo que no estaba presentable, Changó no aceptó. Changó vio desde el Cielo que el mundo de los humanos estaba sucio y lleno de maldad por lo que juró eliminar a todos los malhechores de la faz de la Tierra. Cuando Changó se preparaba para librar la batalla, un tornado removió los techos de muchas casas en la Tierra. Al soplar el primer viento, Ogbe Obara andaba en viaje de adivinación y era su esposa quien estaba en la casa. Mientras caían los árboles y las edificaciones, Changó vio como caía el techo de la casa de Ogbe Obara, pero no sabía que era de él. Entonces escuchó una voz:
Arira, arira mo juare, Ule Ifá dowo re-o arima mo-ju-are.
La canción le indicó a Changó que esa era la casa de su benefactor, por eso suspendió su ataque y regresó al Cielo.
El odu Okonrón Meyi revela cómo Changó fue escogido por el resto de las divinidades para averiguar lo que sucedía en la Tierra. La última obra de importancia asociada a Okonrón Meyi antes de salir para la Tierra fue realizada en su nombre por uno de sus seguidores llamado Efun fun Zele (el viento fuerte).
En la época en que los árboles se preparaban para venir al mundo, fueron donde Okonrón Meyi por adivinación, pues querían alcanzar éxito en su misión. Como Okonrón Meyi también preparaba su viaje, le pidió a uno de sus subordinados, Efun fun Zele, que adivinara para los árboles. Este les aconsejó que hicieran sacrificio a Echu con un chivo, que sirvieran sus cabezas con gallo, palomas y nueces de cola y que sirvieran a Oggún con un gallo, una tortuga, un barrilito de vino y ñame asado y que sirvieran a Changó con un gallo, cola amarga y vino.
Los árboles rehusaron hacer el sacrificio con excepción de la Palma Real. Después de esto todos ellos se separaron y salieron para el mundo. Años más tarde, después que habían prosperado y embellecido en la Tierra, llegaron noticias al Cielo de que había mucha maldad en el mundo. Las divinidades le encargaron a Changó que viajara a la Tierra a averiguar lo que estaba sucediendo. A Efun fun Zele, quien hizo la adivinación para los árboles, se le dijo que acompañara a Changó en su misión.
Al llegar, los comisionados celestiales descubrieron que muchos árboles habían sido contaminados, así que el trueno y el viento destruyeron todos los árboles, pero al llegar a la morada de la Palma Real, esta empezó a cantar en alabanza a quien hizo adivinación para ella en el Cielo, recordando el sacrificio que le había hecho y agradeciéndole por su éxito en la Tierra. Por lo tanto, la Palma Real fue el único árbol cuya vida se perdonó y esa es la razón por la cual hasta el día de hoy, la Palma Real está segura contra cualquier ataque de los truenos o vientos fuertes.
Un mito muy antiguo de la tradición oral yorubá del signo de Ifá Idí Ogbe, vincula a Changó con el singular acontecimiento en el que surge el tambor.
Baatá anhelaba un esposo. Al mismo tiempo Changó necesitaba una mujer para casarse. Ambos, por separado, fueron a ver a Orúnmila para que este les adivinara y aconsejara sobre qué hacer para conseguir sus deseos. Orúnmila le indicó a Baatá que hiciera un sacrificio en el río que corría cerca del mercado. También a Changó le dijo que la orilla del río era el lugar señalado para su ofrenda.
Baatá llegó con sus ofrendas hasta el río y allí oró; al mismo tiempo Changó comenzó a decir sus rezos junto al río. El hombre y la mujer se escucharon, ambos pedían un mismo deseo, entonces se buscaron, se vieron y se enamoraron. Decidieron casarse y todavía viven felices. Según la leyenda, en ese momento Baatá se convirtió en un tambor que Changó nombró Iyá; de ese matrimonio surgieron dos hijos: Itólele y Okónkolo; estos son los nombres con los que en nuestros días conocemos a los tres tambores baatá: Iyá, Itólele y Okónkolo.
La voz baatá, de origen yorubá, significa tambor; piel; cuero y los toques de tambor, en general, están muy relacionados con Changó por la historia anterior, y porque es conocido como la divinidad de la electricidad, así que los truenos se consideran «la música celestial».
En un pasaje de una historia de Ifá del odu Ogbe Irosun se pone de manifiesto el carácter agresivo de Changó:
Ogbe Irosun estaba casado con una mujer que se llamaba Moriyeke, pero ella se conducía muy mal y él era infeliz. Un día, después de una pelea, la esposa recogió sus cosas y lo abandonó. Pasado el tiempo se casó con un hechicero llamado Ojigbona.
Un día Changó se presentó ante Ogbe Irosun y desafiándolo le preguntó si no se vengaría de su mujer que se había ido con otro hombre, que si no se avergonzaba. Él a su vez preguntó a Changó por qué debía avergonzarle que su mujer lo hubiera abandonado, él no estaba molesto, solo lo estaría si las divinidades (incluyendo a Changó) se molestaban con la acción de su esposa.
Con ese reto, Changó partió para donde vivía Moriyeke, le introdujo un tambor en el pecho y comenzó a tocarlo. Ella se quejó de dolor en el pecho y cuando estaba a punto de morir fue llevada ante Ogbe Irosun que pidió un gallo en sacrificio, con el cual compensó a Changó por sus esfuerzos. Pero Ogbe Irosun no quiso aceptarla de nuevo como esposa.
El odu Idí Meyi fue quien enseñó a la humanidad cómo honrar a Changó; de hecho se cree que fue el primer odu que introdujo el servicio a esa deidad en la Tierra.
Cuando Idí Meyi decidió venir a la Tierra, como era muy engreído y autosuficiente, no quiso consultarse ni hacer sacrificios. A pesar de los consejos de sus seguidores, vino al mundo solamente con sus dos instrumentos de poder y autoridad dentro de la cabeza: la piedra de rayo y el horno de fundición. Esos instrumentos eran utilizados por la deidad del trueno y los rayos (Changó) y la deidad de los metales (Oggún).
En la Tierra, Idí Meyi tuvo un padre que fue sacerdote de Oggún y una madre que fue sacerdotisa de Changó. Salió del seno materno con la piedra de rayo y el horno de fundición que no podría utilizar hasta que fuera mayor. Durante su infancia y adolescencia demostró ser agresivo y feroz, así lo apodaron «el hombre invencible». De vez en cuando, iba al lugar secreto donde tenía guardadas las armas que había traído del Cielo.
Un día vio que su padre se preparaba para sacrificar a su cabeza con un perro. Él llevó a su padre al lugar donde tenía el horno de fundición y allí sacrificó al perro. Cuando el pueblo lo vio recriminó su acción, pero Idí Meyi les dijo que fueran al lugar del sacrificio y comprobaran si lo que había allí era un perro y no un chivo. El perro se había transfigurado en chivo.
En otra ocasión su madre se estaba preparando para servir su cabeza con una oveja y él la llevó al lugar donde tenía su piedra de rayo. Nuevamente fue criticado por los más viejos del lugar, entonces les dijo que fueran a ver si lo que había allí no era aceite de palma y un gallo. Las personas que fueron a comprobar sus palabras, recogieron el aceite y el gallo, se los llevaron a la madre para que bebiera el aceite a manera de ofrenda. En ese momento Idí Meyi confesó a sus padres que había venido del Cielo para recordarles sus deidades patronas, a quienes habían ignorado por largo tiempo. Dio el horno de fundición a su padre para que fabricase objetos de hierro y la piedra de rayo a su madre para que lo utilizara como atributo de Changó y fuera su sacerdotisa. Enseñó a sus padres cómo debían servir cada uno a Changó y a Oggún y este redescubrimiento de los caminos de sus destinos, los transformaron en una pareja famosa y próspera.
El odu Ogbe Eturukpón revela acerca del primer santuario de Changó en la Tierra. A Ogbe Eturukpón se le aconsejó realizar un sacrificio con calabazas antes de abandonar el Cielo. Él lo hizo y esto le valió posteriormente para salvar a la familia en la cual nació cuando vino a la Tierra.
Esta familia había heredado una deuda con Changó sin saberlo, al comprar una casa cuyo dueño anterior había ofendido a dicha deidad.
Cuando Ogbe Eturukpón sembró las semillas de calabaza alrededor de su casa y las roció con aceite de palma, estas germinaron y cubrieron con su follaje la vivienda, ello impidió, al año siguiente, que Changó lanzara su ataque habitual.
Changó se transfiguró en hombre y fue a la casa sembrada de calabazas a indagar sobre la persona que lo había ofendido y al ver que ya no vivía allí, insistió en que le dieran sus señas, pero los nuevos dueños, que no sabían el paradero de aquel hombre, solo pudieron indicarle que ellos lo veían en el mercado. Él fue hasta su víctima, le apuntó e hirió con su hacha (trueno) en el pecho y el hombre murió inmediatamente.
Al día siguiente fue a casa de Ogbe Eturukpón y agradeció a sus padres por guiarlo hasta su ofensor y juró que jamás atacaría en una casa donde viera calabazas. También aconsejó al dueño de la casa, que siempre que oyera su grito de guerra, derramara inmediatamente aceite de palma en el suelo, para que así él pudiera saber que la casa pertenecía a un amigo. Antes de partir, Changó le prometió al hombre que pediría para él, a Oloddumare, un favor especial. No mucho tiempo después, la esposa de dicho hombre, el padre de Ogbe Eturukpón, quedó embarazada y dio a la luz un niño que nació en una bolsa. Mientras se preguntaban qué harían con él, Changó volvió transfigurado en hombre otra vez y les aconsejó que buscaran aceite de palma, un gallo y un cuchillo. Cuando ellos trajeron todo, Changó cortó la bolsa con el cuchillo y el niño salió con una piedra de rayo en su mano derecha y un hacha en la izquierda. Entonces les pidió que bañaran al niño con el aceite de palma y guardaran los instrumentos que la criatura traía del Cielo. Además indicó que pasados siete días vendría un personaje a ponerle nombre al niño, para lo que debían tener preparado el gallo.
Al séptimo día regresó Changó como un mortal y les preguntó por el gallo, ellos lo trajeron y él lo mató con el hacha sobre la piedra de rayo. Les recordó que el niño era el favor pedido a Oloddumare y debía llamarse Oke, quien sería discípulo de Changó en la Tierra. Antes de partir aconsejó al padre que buscase un carnero padre y un mortero para un sacrificio pasados tres meses. Al término de ese tiempo, Changó ofreció el carnero con el hacha y la piedra de rayo que estaban sobre el mortero. Ese fue el primer santuario de Changó en la Tierra y el niño cuando creció, fue su primer sacerdote: Oke, el discípulo mayor de Changó.
Según esta historia de Ifá del odu Idí Okonrón, Changó es el vocero que convoca al Consejo Divino: cuentan que Orichanlá, en su misión de representante de Oloddumare en la Tierra, cuando llegó, quiso reunir a las divinidades, por eso pidió a Changó que les avisara. Este, al llegar la mañana, se vistió e iluminado por el fuego, tronó su mensaje. Mientras lo hacía, los habitantes del mundo se llenaron de pavor, el silencio lo inundó todo, nadie se atrevía a decir palabra. La voz de Changó atrajo las nubes y la lluvia se precipitó sobre el mundo. En ese instante, ya todas las divinidades estaban reunidas en torno a Orichanlá. A partir de aquel momento Changó fue nombrado como la voz que convoca al Consejo Divino.
Entre los yorubá es común la idea de que cuando Changó hace tronar su voz, las personas se mantengan a buen recaudo, pero sobre todo las de baja condición humana, pues corren el riesgo de ser castigadas por la ira justiciera de Changó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario