Casi todas las sociedades y
culturas se caracterizan por tener sus formas y manifestaciones de expresión
musical. La música es inherente a todos los pueblos. Ahora bien, en el caso de
África, de donde proviene la religión Lucumí o yoruba, la manifestación musical
por excelencia es la percusión, en la forma de tambores. De manera que el
tambor es la música de los dioses Africanos.
El toque de tambor se dedica o se
destina tanto a los Santos como a los muertos. En Venezuela hay zonas,
habitadas por negros, descendientes de antiguos africanos, donde se toca mucho
el tambor y otros instrumentos de percusión. Concretamente podemos señalar la
religión de Barlovento, en el Estado Miranda, y la población de Caraballeda en
el Municipio de Vargas. El Santo en honor del cual se tañen los tambores es san
Juan, durante el mes de junio.
Todas las ceremonias y rituales
en Oshá, se efectúan por medio de tambores sagrados. Los tambores tienen el
carácter de sagrados. Amén de que son simbólicos y representativos de esta
cultura africana. Los tambores se suelen tocar cuando se le ofrece algo a algún
Santo; igualmente cuando se le pide algo. Cuando el Santo nos concede los que
le pedimos, se tocan los tambores en señal de agradecimiento. En cualquier otro
ritual de Oshá, por ejemplo, cuando fallece un asentado, se tañen los tambores
con el fin de llevarle un mensaje a los Orishas. De modo que son un medio o
vehículo de comunicación con las deidades; de ahí su carácter sagrado.
El Santo propietario de los
tambores es Osain. Al llevar los tambores a Osain hay que cumplir dos
requisitos: que estén bien comidos los tambores y que todos los derechos estén
cubiertos, de esta forma se puede proceder al toque de tambores, ya sea al
Santo o al muerto.
Los tambores que existían en Cuba
se podían tocar de día, nunca de noche, es decir que sus consagraciones se
hacían de sol a sol; de día bailaban los espíritus, lo cual se consideraba una
profanación del rito.
Los tambores obviamente se
fabrican a partir de la madera de un árbol. Solo un Osainista puede cortar del
árbol la madera necesaria para fabricar cualquier tambor. Al cortarla debe
cantarle, y pedirle permiso para proceder a cortarla. El árbol solo se utiliza
con este fin, de servir como fuente de madera para confeccionar los tambores, y
al pie de él, antes de cortarlo, hay que pagarle los derechos que pida. Si
hubiera que hacerlo con otro árbol, hay que tramitar el mismo proceso.
El dueño de los tambores sagrados
para comunicarse con los dioses es Osain y el guardián de los mismos, que tiene
que ser un Osainista, por mandato de Olofín, tiene el asiento de Changó.
Los tambores sagrados que se usan
en los distintos rituales de Oshá llevan muchos años fabricados. De manera que
muy raras veces se fabrican tambores nuevos. Con la existencia de los antiguos
es suficiente. Esto ha sido posible porque sus guardianes los cuidan con gran
celo.
Un appataki o historia (leyenda) Lucumí en la que está involucrado Osain,
dueño y propietario de los tambores sagrados, se refiere a los llamados
tambores Batá. Cuenta la leyenda que, hace muchos años, los tambores no
pertenecían a los negros africanos, sino a los animales de la selva. Sólo los
animales salvajes sabían como tocarlos, y eran los únicos conocedores de sus
secretos. Un día Osain, escuchó un extraño ruido proveniente de lo profundo de
la jungla; lo percibió como muy gratificante a sus oídos, y optó por incursionar
en la selva, con el fin de indagar que se trataba.
Caminó durante varios días,
hasta que arribó a la aldea de los animales. Los animales, cuando vieron esa
criatura que les pareció extraña, decidieron capturarlo, atándolo a un poste en
el medio de la aldea, donde lo abandonaron. No sabiendo que hacer con él, lo
ofrecieron en sacrificio al dios de los tambores, que se llama Dinnoú. Este
dios hablaba a través de los tambores y en voz muy elevada. Por ejemplo, si lo
golpeaban en Bogandí, se escuchaban en Samakó. El Orangután, que era el jefe de
los animales, estaba muy enfermo, y como quiera que esperaban su muerte,
estaban tocando los tambores. Cuando amaneció, Osain pidió que antes que lo
sacrificaran, le permitieran ver a su jefe, pues siendo él conocedor de las
hierbas que lo podían sanar, tal vez lo podría curar. Se dirigieron a la
presencia del moribundo, al que le comunicó que le podría salvar la vida, a
cambio de que le concediera la libertad y que le enseñara a tocar los tambores.
Entonces Osain logró curar al jefe de los animales con sus hierbas. Y éste,
según lo acordado, le enseñó el secreto del Batá. Osain llegó a conocer tan
bien los Batá, que suscitó la envidia de los animales. Ya el dios Dinnoú no
escuchaba a los animales, sino únicamente a Osain, razón por la cual los
animales pensaron que debía morir. Decidieron amarrarlo de nuevo, y lo
prepararon para sacrificarlo al día siguiente. Pero Osain, en la noche, se
liberó de las amarras y se dirigió donde estaban los tambores. Osain se llevó
todos los tambores con él, y desde ese momento son los hombres los que tocan
los Batá, y no los animales. Osain es el único dueño o propietario, a la vez
que único guardián, en virtud de que los rescató de los animales para dárnoslos
a nosotros los hombres, que los usamos para hablarles y cantarles a los dioses u
Orishas.
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